La Cara del Imperialismo ensayo por Fabian Padilla
08
Mar

La cara del imperialismo

Ensayo sobre la Cara del Imperialismo

    El verdadero motivo detrás de la agresiva política exterior estadounidense hacia países como Cuba, Irak, Yugoslavia, Irán y Venezuela es proteger y expandir los intereses de las grandes corporaciones transnacionales estadounidenses.

Introducción

Durante décadas, naciones progresistas hicieron frente al empuje destructivo del imperialismo estadounidense, resistiendo heroicamente el acoso de la superpotencia. En América Latina, Fidel Castro condujo a Cuba hacia la justicia social a pesar de las agresiones de una nación vecina ansiosa por recuperar su dominio. Mientras tanto, en Yugoslavia, el pueblo disfrutaba de dignidad laboral gracias a una economía pública. Sin embargo, el sueño de la soberanía pronto se desmoronaría frente a la maquinaria de guerra que Washington movilizó para defender a sus depredadores corporativos.

A lo largo de los años, numerosos regímenes se alzaron en armas contra la injusticia del capital desatado. Algunos lograron equidad mediante reformas graduales; otros, como Cuba, propiciaron cambios más profundos. Sin embargo, todas estas naciones compartían la osadía de trazar su propio destino con independencia de los dictados del mercado. Por ello, despertaban la ira del imperio, cuyos mandatarios tramaban ansiosos imponer su autodeterminación económica. Tras bambalinas y siendo expertos en la desestabilización maquinaban sus planes, mientras propagandistas vendían al público la ficción de “amenazas” forjadas.

Pese a décadas de sabotaje, líderes como Castro supieron interpretar las necesidades de sus pueblos con agudeza. En la Cuba prerrevolucionaria, un puñado de familias se apropiaba de la riqueza, fruto del esfuerzo colectivo, mientras las masas padecían miseria. Sin embargo, un nuevo día amanecería. Los campesinos accederían a las tierras usurpadas; los obreros, a la dignidad perdida. Pronto, la alegría del pueblo contagiaría a la nación entera, excepto a quienes perdieron privilegios arrebatados.

Aún hoy, seis décadas después, la Revolución Cubana perdura pese a embargos y campañas desestabilizadoras. Su resistencia nos revela que otro mundo es posible cuando los pueblos se alzan por la justicia. Sin embargo, el destino de Cuba presenta una paradoja: cuanto más prospera bajo asedio, más hostiles resultan las amenazas del norte. ¿Logrará la isla zafarse del yugo del Tío Sam, o perecerá bajo el peso de tanta hostilidad? Para responder a esta interrogante, debemos examinar las lecciones de la historia.

 

La destrucción de Yugoslavia

Lo que quedaba de la exitosa economía socialista yugoslava se desmoronaba bajo las agresiones del imperialismo estadounidense. Años atrás, los campesinos y obreros yugoslavos se enorgullecían de su digna participación en la riqueza nacional y ahora el sueño de la justicia parecía esfumarse. Tras largas décadas de progreso compartido, el pueblo observaba perplejo como fuerzas ajenas dinamitaban su nación a fin de abrir paso al capital.

Desde fines de la década de 1980, una tormenta de inestabilidad sacudió la región ante el empuje de Washington. Conflictos viejos nacionalistas renacían con nuevos disfraces, empapados por el oro manchado que alimentaba a la oposición. Una tras otra, las repúblicas eslavas proclamaban su independencia mientras la sangre ya teñía las calles. Mirando hacia otro lado, los medios occidentales lamentaban las “ancestrales enemistades” que supuestamente desgarraban a los yugoslavos y pasando por alto las verdaderas razones del caos.

En 1999, la OTAN lanzó su bombardeo, cuyo fusil apuntaba directo al corazón del socialismo yugoslavo. Durante once semanas, las bombas arrasaron sin clemencia fábricas, escuelas y hospitales, destruyendo pacientemente el engranaje productivo erigido durante décadas. Para cuando la pólvora se apago, el suelo local estaba sembrado de edificios desplomados y la moral destrozada. Lo que no pudo sembrar la violencia étnica, lo completó ahora el puño destructor del imperio.

Así, sobre las ruinas humeantes de una nación disuelta, renacieron como hierba mala esos oligarquías avivados por apoderarse del botín. A la sombra de la bandera estrellada, una hueste de capitalista árabes emergió de la noche para adueñarse de los despojos del socialismo, a un precio de ganga. Donde antes se erguía una empresa industrial bajo gestión obrera, hoy se alza un centro comercial de lujo, enclavado en un solar donde el progreso populista ya es leyenda olvidada.

 

El saqueo petrolero de Irak y el empobrecimiento de su pueblo

Irak poseía la segunda reserva petrolera más cuantiosa del planeta, un tesoro capaz de financiar un próspero porvenir para su población. No obstante, tras la invasión estadounidense, aquel patrimonio acabaría convertido en botín para intereses foráneos, mientras los iraquíes se hundían en la miseria. Con sus campos convertidos en eriales y sus ciudades atomizadas, al pueblo de Mesopotamia solo le quedaba contemplar, perplejo, como sus ricas entrañas eran explatadas por los saqueadores.

Pronto, las puertas del país se abrieron de par en par a los depredadores, quienes llegaron a una presa fácil ignorando los escombros humeantes. Tras décadas de nacionalización, el oro negro volvía a manos privadas, cedido a precios ridículos a consorcios anglo-estadounidenses sin experiencia previa. Para cuando el humo de la guerra se disipó, Irak se hallaba bajo botín: cuatro de cada cinco barriles de crudo eran extraídos por foráneos, dejando apenas las migajas al destartalado Estado.

Así, mientras los iraquíes padecían cortes de luz y escasez de agua, los gigantes como BP y Shell ya expandían sus dominios, engordando sus cuentas bancarias con cada barril extraido. Casi una década después del bombardeo, cuando la población clamaba por reconstrucción, las compañías petroleras seguían obteniendo jugosas ganancias, dejando apenas un 10% de dividendos para un pueblo famélico. Este era el “nuevo Irak” que tanto pregonaba Bush padre: aquel plagiado por manos rapaces, presa de todas las calamidades menos la falta de dignidad.

 

La amenaza de la soberanía cubana sobre Estados Unidos

Desde el amanecer mismo de la Revolución cubana, la isla se erigió en pesadilla para el imperio, pecado capital que había osado escapar del cercado capitalista. No contento con despreciar al lider carismático que encarnaba la rebelión, Washington emprendió una cruzada sistemática y de largo aliento contra la Habana, movida por el afán de verla reducida al estatus de mendigo y sumiso. Seis décadas después, no obstante, Cuba se mantiene erguida, emergiendo cual ave fénix de cada agresión.

Ahora bien, ¿qué constituía tal amenaza? ¿Acaso La Habana tenia las ansias de someter naciones lejanas? Nada más lejos de la verdad, pues lo que en verdad aterraba era otro motivo bien distinto: la mera existencia de un modelo alternativo, aquel fruto del esfuerzo colectivo que demostraba las bondades de la equidad por sobre la ley del más fuerte. Pisando aquel sendero, la nación caribeña había forjado logros que desbarataban todas las ideas acerca de la inevitabilidad del sistema capitalista rapaz.

Tal realidad minaba los cimientos de la doctrina capitalista salvaje, aquella que proponía el capital como fin y no como medio. A ojos del poderoso vecino, Cuba se erguía como el enemigo a derrotar, por cuanto su prosperidad sin ataduras promovía la herejía de imaginar rumbos alternativos. Este, y no otro, constituía el verdadero fuego que devoraba la Casa Blanca, llevándola a emprender su cruzada de seis décadas para contrarrestar “el mal ejemplo”.

 

Evaluando la efectividad de la resistencia

Si bien la resistencia cubana logró mantener a raya la amenaza imperial durante décadas, no podemos ignorar las lecciones dejadas por ese arduo maratón. Al evaluar su efectividad hasta nuestros dias, nos encontramos ante un debate que nos da tanto aciertos como errores, puntos fuertes e ideas pendientes.

Por un lado, queda claro que la voluntad del pueblo, unida al liderazgo carismático de Fidel, resultaron fundamentales para contrarrestar la hostilidad enemiga. Por otro lado, dicha fortaleza de espíritu ha sucumbió en ocasiones ante tentaciones dogmáticas, como aquellas que derivaron en la persecución de la oposición o la prohibición de viajar al extranjero. Sin embargo, ¿acaso estas agresiones no surgieron del anhelo natural de sobrevivir?

A su vez, el sostén soviético contribuyó a mitigar los ataques más feroces; no así a librarse de su yugo tutelar. Sin duda, La Habana avanzó notablemente desde entonces a favor de una autonomía sustantiva que, si bien no exenta de decisiones agridulces, ilustra el acierto por su fe en el libre albedrío. Del mismo modo, si bien su modelo apuntaló conquistas sociales, el sometimiento a leyes foráneas mermo su autodeterminación.

Cuba plantó cara al coloso amparándose no solo en armas, sino también en aquellos anhelos que nacen del corazón antes que de cátedras lejanas. Su resistencia no radicó solo en estrategias rebuscadas, mas en la fibra misma del latinoamericano. Con ello, ganó la partida aún sin proclamar victoria alguna, pues venció allí donde el enemigo jamás podrá arribar: en el terreno de las conciencias.

Así, a sesenta años de distancia, podemos evaluar su empeño como el triunfo más puro y perdurable. No solo en tanto logró sortear la amenaza que se plantaba sobre sus fronteras, sino también al haber devuelto a la gente sencilla de este mundo un poco más de su dignidad usurpada. Esa, quizás, sea la enseñanza mayor que nos deja su travesía.

Masacre en Korea de Picasso
Masacre en Korea de Picasso

Conclusion

A lo largo del ensayo hemos explorado la cara oculta del imperialismo estadounidense y cómo afecta a los pueblos del mundo. Aunque históricamente se ha presentado bajo la apariencia de promover la democracia y el libre mercado, en realidad oculta otro fin: el saqueo de las riquezas de las naciones por parte de las grandes corporaciones transnacionales.

Yugoslavia ilustró perfectamente este sometimiento. Allí, bajo el pretexto de defender los derechos humanos, la OTAN destruyó la economía socialista de la nación bombardeando selectivamente las fábricas e infraestructuras públicas. Hoy en día, tras más de veinte años de intervencionismo imperialista en los Balcanes, la región permanece fracturada y empobrecida.

Irak, por su parte, fue sometido a una larga campaña de privatización por la fuerza. Tras décadas de sanciones, bloqueo y bombardeos masivos durante la Guerra del Golfo de 1991, la invasión estadounidense de 2003 terminó de asolar al país. La intención real no era otra que arrebatar el petróleo iraquí y sus billones de dólares a la nación, sometiéndola a la servidumbre del capital foráneo.

Cuba, a pesar de resistir más de medio siglo el asedio imperialista, continúa amenazada. Aunque la isla socialista ha alcanzado notables logros en educación, salud y alfabetización, Estados Unidos no se cansa de asfixiar su economía a través del bloqueo y la subversión. Todo para recuperar las riquezas nacionalizadas en 1959 e insertar al país en el sistema de explotación neoliberal.

Sin embargo, los pueblos no se resignan a ser meras colonias de las grandes corporaciones. Al observar las luchas de Yugoslavia, Irak y Cuba por defender su soberanía frente al coloso estadounidense, nos recordarán que la autodeterminación de las naciones perdurará pese a quien pese. Aunque el poderío militar del imperio sea abrumador, su hegemonía no deja de tener profundas fisuras, recreadas una y otra vez por el valor de los pueblos en resistencia. Sin duda, el futuro pertenece a aquellos que no claudican en la lucha por la justicia y la dignidad.

Un dato revelador: según reveló Wikileaks, en el 2010 existían al menos 1,040 bases militares estadounidenses en TODO el mundo, desde Europa hasta Asia Central, pasando por el Cuerno de África, Oriente Medio y el Caribe. Esta extensa red de ocupación sin precedentes ilustra la naturaleza global del poder imperial en pleno siglo XXI.

 

 

Fuente

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