El arte de amar
Sobre el Amor
Ensayo sobre el libro: The Art of Loving
Ensayo sobre el arte de amar
- Según argumenta Fromm en su libro, el amor no debe concebirse solo como un sentimiento, sino como una habilidad que requiere desarrollo y práctica continua. Fromm demuestra que el amor es una capacidad humana que puede cultivarse como un arte, lo cual beneficiaría tanto a las relaciones personales como al bienestar de la sociedad.
Introducción
Hace ya varias décadas, el reconocido psicólogo Erich Fromm publicó su obra “El Arte de Amar”, en la que planteaba una perspectiva audaz sobre la naturaleza del amor. En lugar de verlo como un mero sentimiento, Fromm sostenía que el amor es una habilidad, un arte que requiere esfuerzo y práctica para ser desarrollado. Al principio, esta postura parecía poco convencional e incluso radical. Sin embargo, a medida que nos adentramos en una época marcada por la alienación y la soledad generalizadas, las ideas de Fromm resuenan con mayor fuerza.
Hoy nos enfrentamos a inquietantes realidades. Datos recientes indican que la tasa de divorcios no ha parado de crecer en las últimas décadas, especialmente entre los jóvenes. Al mismo tiempo, un estudio realizado a nivel mundial reveló que casi la mitad de las personas encuestadas se sienten solas a pesar de vivir rodeadas de gente. Por otro lado, las nuevas tecnologías que nos permiten estar permanentemente conectados también corren el riesgo de distanciarnos emocionalmente.
En medio de este panorama, la propuesta de Fromm refresca nuestra comprensión sobre el amor. Lejos de limitarse a teorías abstractas, en su libro el autor aborda de forma práctica las cualidades y condiciones necesarias para el sano desarrollo de esta habilidad. Desde la humildad y la empatía, hasta la confianza en uno mismo y los demás, Fromm identifica caracteres clave sobre los que se asienta una relación amorosa plena y satisfactoria.
En este ensayo, pretenderemos indagar en mayor profundidad las ideas de Fromm sobre el amor. Para ello, examinaremos tres pilares fundamentales descritos por el autor: el amor como capacidad para cuidar de los demás, los factores internos y externos para su desarrollo, y las diversas formas en que se manifiesta el amor entre las personas. Nuestro objetivo será evaluar el valor que aún guardan estas enseñanzas en la actualidad. Sin duda, las Visiones audaces de Fromm nos impulsan a reflexionar sobre cómo cultivar el arte del amor en estos tiempos de individualismo y soledad imperante.
Finalmente, para cerrar esta introducción vale la pena mencionar que, en 1956, cuando Fromm publicó esta obra, la idea de practicar el amor como un arte probablemente sonaba a utopía. Hoy en día, luego de presenciar el aumento de las crisis en las relaciones humanas, esta propuesta resuena más como una necesidad que como una quimera idealista. Solo el tiempo dirá si conseguimos abordar el desafío de Fromm.
La naturaleza del amor como habilidad
Como todo arte, el amor requiere de práctica y entrenamiento para dominarlo. Esta premisa central formulada por Fromm chocaba con la concepción predominante de ver el amor como un mero sentimiento espontáneo. Sin embargo, el autor sostenía que amar es ante todo una capacidad, una habilidad que puede cultivarse.
Para Fromm, el amor no es egoísta, sino una actitud de preocupación y responsabilidad hacia los demás. “El amor es la facultad de cuidar a otro ser”, explicaba. Al explorar esta definición, el autor invitaba a imaginar el amor como una gama de cualidades internas. Del mismo modo que la medicina es una ciencia y un arte que requiere estudio y ejercicio, amar demanda el desarrollo progresivo de aptitudes en nosotros.
En sus propias palabras, Fromm comparaba el amor a “otras habilidades productivas como trabajar, pensar o jugar”. Sin embargo, mientras estas se ejercen con objetos exteriores, el arte del amor consiste en orientar hacia los otros esa misma capacidad para producir. Es aprender a estimar y respetar la individualidad ajena, a preocuparnos genuinamente por su bienestar y realización personal.
Como todo aprendiz, el ser humano parte de una limitada habilidad para amar que puede ir expandiéndose. Desde los primeros cuidados que recibe en la crianza, incorpora pautas para relacionarse consigo mismo y con los demás. No obstante, dependerá de su propia voluntad y esfuerzo lograr un grado superior de coraje, humildad y compasión. Y en ello radica, según Fromm, que el amor no es espontáneo o fatal, sino algo que nos esforzamos por cultivar a lo largo de la vida.
Los factores necesarios para desarrollar la habilidad del amor
Si el amor es una habilidad que se puede cultivar, Fromm proponía que ciertos factores internos y externos resultan determinantes para su desarrollo. En cuanto a los factores internos, el autor enfatizaba la importancia de lograr una mayor productividad y centralidad en la vida. Sólo quien se siente dueño de sí mismo podrá amar genuinamente a los demás.
Sin embargo, conseguir esta madurez no es tarea sencilla. Requiere enfrentar los fantasmas del pasado para dejar atrás la omnipotencia infantil. También exige ser consciente de las propias limitaciones, aceptándolas con humildad. Sólo así nos abrimos a crecer sin aparentar un saber o un poder que no poseemos. Este trabajo introspectivo, aunque solitario, resulta fundamental para la autoafirmación.
Del mismo modo, la sensibilidad hacia uno mismo y los otros emerge de la capacidad de enfocar la atención en el presente. Sin embargo, la vida moderna promueve el automatismo y la dispersión. Según Fromm, solo a través del silencio interior logramos advertir las sutilezas que suceden dentro y entre las personas. Este asombro consciente nutre la receptividad imprescindible para amar.
A nivel externo, el autor sugería que una adecuada crianza estimula el desarrollo emocional. A fin de cuentas, el amor que recibimos en la infancia sienta las bases del que podamos dar. No obstante, en la mayoría de familias contemporáneas reina el distanciamiento, fruto de la alienación social imperante.
Por otro lado, la sociedad de consumo fomenta la competencia, la frivolidad y el individualismo. Valorese más el éxito que la compasión. Ante esto, Fromm proponía repensar los cimientos de un sistema que entorpece, más que promueve, la capacidad de amar.
Las formas en que se manifiesta el amor
El amor puede expresarse de múltiples maneras, pero Fromm distinguía claramente entre las formas auténticas y las distorsionadas. Entre las primeras figuran principalmente el amor fraternal, materno y erótico, cada cual con sus características particulares. Sin embargo, todas comparten el abandono del yo en pos del crecimiento del otro.
El amor fraternal es el más básico, pues se funda en la convicción de igualdad entre los seres humanos. Nos impulsa a velar por aquellos que, como nosotros, ansían realizarse. No busca premio ni privilegio, sólo el bienestar del semejante. Lamentablemente, en nuestra época de individualismo esto resulta casi revolucionario.
Otra forma genuina es el amor materno. Su aspecto más noble radica en desear el desprendimiento del hijo, ayudarle a echar raíces propias. Aunque la madre ofrezca leche y abrigo en la infancia, su aspiración debe ser ver al niño crecer para valerse por sí mismo. Sin embargo, en no pocas sociedades esta labor se frustra, pues se confunde proteger con asfixiar al vástago.
En cuanto al amor erótico, implica la unión de personas que se perciben en toda su complejidad. Más allá del sexo, ambos nutren su individualidad a través del diálogo y la ternura. Comparten la felicidad del otro como si fuese propia, sin obviar las diferencias irreductibles entre ambos.
Lamentablemente, tanto en la esfera personal como social estas expresiones auténticas del amor suelen quedar enmascaradas por sus versiones distorsionadas. Desde el parentesco tóxico hasta la sexualidad promiscua, ejemplos sobran. Sin embargo, permanece la esperanza de cultivar en nosotros la fuerza que redime a los seres humanos: el amor.
Alternativas al enfoque de Fromm
Aunque certeras en muchos aspectos, las ideas de Fromm sobre el amor también suscitan evaluaciones. Sin desmerecer su valiosa contribución, veamos algunas visiones alternativas que enriquecen el debate.
De entrada, no todos coinciden en su concepción del individuo como un ente aislado que debe superar su soledad. Un enfoque distinto enfatiza que somos seres sociales por naturaleza, cuya realización depende precisamente de las relaciones que establecemos. Lejos de verse como una limitación a vencer, la dependencia mutua sería inherente a la condición humana.
Tampoco faltan quienes matizan su visión del amor como exclusivamente espiritual. Admiten que la pasión carnal, lejos de oponerse a la unión plena, puede constituir un paso importante en el camino hacia ella. La atracción física mutua, en tanto nos acerca, posee un valor en sí que Fromm no habría valorado a plenitud.
Asimismo, algunos autores cuestionan que las relaciones domésticas representen la única vía para el amor. Otros vínculos como la amistad o el afecto comunitario igualmente lo favorecerían, sobre todo en épocas donde priman las familias disfuncionales. En todo caso, subrayan cómo el amor romántico difícilmente agota la multiplicidad de formas en que nos vinculamos.
Otra crítica se refiere a su noción del autoconocimiento como algo dado de antemano. Acaso la propia capacidad para amarnos proviene justamente de amar, en un proceso siempre inacabado. Más que un requisito, sería un resultado de la tarea que nunca finaliza de comprendernos en la relación con el otro.
En definitiva, distintas miradas apuntan a que el amor nos envuelve en su complejidad más allá de cualquier definición. Posiblemente su misma esencia radique en trascender todo intento de encasillarlo, manteniéndolo siempre abierto como horizonte donde alcanzar su plenitud.
Conclusiones sobre el amor como arte
A lo largo de este ensayo hemos profundizado en la mirada de Fromm sobre el amor. Si bien sus ideas suscitan controversia, en ellas subyace una certeza: el amor constituye el arte más sublime al que puede aspirar el ser humano.
Debate tras debate, hemos indagado en su compleja esencia. Hemos sondeado tanto sus manifestaciones genuinas como sus distorsiones en la era moderna. Asimismo, nos hemos cuestionado sobre las condiciones necesarias para su cultivo. Aquí radica, quizá, la mayor enseñanza que podemos extraer del psicoanalista.
Pues bien, si el amor requiere virtudes como la humildad, la objetividad o la fe, su práctica exige ante todo voluntad. Voluntad de escucharnos para comprender lo que anhela nuestro ser más íntimo. Voluntad de tender puentes por encima de prejuicios y egoísmos. Voluntad, en definitiva, de forjar el futuro hacia mayor fraternidad.
En última instancia, todo depende de cada cual. Solo afianzando nuestro compromiso con la solidaridad lograremos transfigurar esta época. Solo nutriendo cada día las semillas del amor en nosotros mismos hallarán los demás en qué inspirarse. Solo así enraizaremos la esperanza de que algún día, en vez de indagarnos los unos a los otros, nos reconozcamos como hermanos.
En verdad, el horizonte parece sombrío. No obstante, precisamente cuando la oscuridad es más densa es cuando más se necesita encender una vela. Esa pequeña luz que nos muestra el camino también ilumina para otros. En ella se cifra la posibilidad de crear, paso a paso, el mundo que anhelamos. Solo queda decidirse a empezar el trayecto.
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