Del paraiso a la utopía
Del paraíso a la utopía
Ensayo sobre el libro: Siqueiros: del paraíso a la utopía
Ensayo sobre Siqueiros, del paraiso a la utopía
- El arte experimental e irreverente de David Alfaro Siqueiros, fue promotora de una identidad artística auténticamente mexicana, surgió de la Revolución, el encuentro con las vanguardias europeas y su interés por rescatar las raíces de la cultura mesoamericana.
Introducción
David Alfaro Siqueiros nos muestra que el arte puede surgir de las experiencias más inesperadas. Durante la Revolución Mexicana de 1910, este artista se unió a las fuerzas revolucionarias y recorrió las montañas, los valles y los puertos combatiendo junto al pueblo. Sin imaginarse entonces que esta aventura marcaría su destino, Siqueiros descubrió en primera persona la realidad del campesino, el minero, el maestro rural. Al contactar su alma con la de aquellos héroes anónimos, supo que había encontrado su verdadera vocación.
Años más tarde, tuvo la suerte de trasladarse a París. Allí, su visión del arte se transformaría para siempre tras empaparse de las pinceladas vanguardistas de Picasso, Léger y compañía. Aprendió que el arte podía más que adornar salones y despachos: era una herramienta para cambiar conciencias. En ese entonces, un viaje a Italia le abrió los ojos a las maravillas de la tradición europea, de obras épicas como las de Miguel Ángel.
Sin embargo, fue en México donde halló su voz más profunda. Recorriendo las ruinas de Teotihuacán o las selvas de la Península de Yucatán, este caminante incansable descubrió el legado soberbio de sus ancestros mesoamericanos. Comprendió que ahí residía la esencia de lo mexicano, no en los cánones foráneos. Fue así como Siqueiros emprendió su cruzada por instaurar un arte enraizado en la tierra y el alma de nuestro pueblo.
Para Siqueiros, la pintura debía ser un vehículo de cambio. No se trataba de imitar corrientes o repasar el pasado, sino de romper esquemas para construir el futuro. Como él mismo diría años después: “El destino del arte no es ser bello, sino ser útil”. Pocos artistas han sabido unificar su talento individual con el fervor colectivo como lo hizo este pionero. Pese a contar con escasos recursos, logró edificar en toda América una obra cuyos ecos resuenan hasta nuestros días.
Aun hoy, Siqueiros alza la antorcha de un arte comprometido con su época. Precisamente esa compleja alquimia de compromiso y vanguardia es la que merece ser analizada en éstas páginas. Exploraremos cómo su formación ecléctica, tanto política como estética, forjó una identidad plástica auténticamente mexicana. Desmenuzaremos cómo plasmó de manera irreverente su ideario en obras fundacionales como la del Castillo de Chapultepec. Finalmente, veremos cómo su legado traspasa fronteras para inspirar a las nuevas generaciones de creadores.
La Revolución Mexicana moldeó la identidad de Siqueiros
La participación de Siqueiros en la Revolución Mexicana entre 1914 y 1917 fue decisiva en su desarrollo como artista. Al unirse a las fuerzas revolucionarias, tuvo la oportunidad de recorrer las vastas planicies del país y presenciar de primera mano la realidad de los campesinos, mineros y maestros que combatían por cambiar su destino. Tal como recordaría luego, este viaje le abrió los ojos a la psicología profunda del pueblo y le reveló su potencial como motor de transformación.
Durante meses, Siqueiros vivió el pulso de una nación en armas. Compartió el dolor de la derrota y el júbilo del triunfo junto a esos “soldados proletarios” que dieron vida a la Revolución. Conoció de cerca su entereza en la adversidad y su anhelo de dignidad. Estas vivencias, lejos de ser simples anécdotas, calaron hondo en su ser y lo marcaron para siempre. Si antes cultivaba una pintura meramente formalista, tras la guerra supo que su verdadero camino era registrar el alma colectiva de aquel pueblo en armas.
Así lo recordaría años más tarde: “Nuestra incorporación al ejército revolucionario nos puso en contacto directo con los obreros, con los textiles y con los obreros de los centros urbanos. Nuestro contacto militar, nuestra confraternización en la victoria y en la derrota, en el dolor y en la alegría, con los soldados obreros, campesinos, indios y artesanos, nos dio el conocimiento hondo de su psicología”. Gracias a la Revolución, Siqueiros descubrió su vocación de plasmar su interpretación de los anhelos de los oprimidos y de erigirse como su portavoz.
Además de esta transformación artística, la guerra también significó un cambio existencial para Siqueiros. Antes solía recrearse en bohemias juergas estudiantiles insustanciales. Sin embargo, el contacto con los humildes combatientes lo hizo más responsable y comprometido. Pues se despojó para siempre de prejuicios de clase y se incorporó de lleno con las preocupaciones del pueblo como propias. Hecho que marcaría profundamente su producción venidera.
Encuentros formativos en la Vieja Europa
Tras la Revolución, Siqueiros partió a Europa buscando llevar su vocación artística a nuevos rumbos. En París, se topó con la ebullición creativa de Picasso, Léger y compañía, quienes cuestionaban los cánones del pasado. Asimismo, fue testigo del fascinante resurgir clásico del italiano De Chirico luego de la Primera Guerra. Sin embargo, su mayor influjo provino de su paisano Diego Rivera, a quien conoció en esas tierras.
Junto a Rivera, Siqueiros se sumergió en el cubismo que tanto le impresionó. No obstante, no tardó en trascender su inicial admiración al percatarse de las fecundas posibilidades intuitivas y conceptuales que encerraba el manejo volumétrico del color y la forma. Mientras Picasso optaba por derivas más subjetivas, él intuía más allá del tablero una comunicación masiva. Asimismo, el flujo dinámico del arte metafísico de De Chirico y la pasión plástica por la técnica del renacido Carrá, le mostraron el potencial de plasmar mundos oníricos con elementos arcaicos.
Sin embargo, su mayor aliado fue el francés Léger, cuya estética industrial lo enfiló hacia un lenguaje gráfico popular. Pues a diferencia de otros vanguardistas ensimismados, Léger propugnaba plasmar la modernidad para inspirar a las clases obreras. Esta visión social, que tanto conectaba con su temprana militancia, se plasmaría luego en la Bauhaus y el muralismo. De tal modo, Europa acrecentó la inquietud de Siqueiros por encarnar la identidad mestiza mexicana a través del heroísmo anónimo de sus gentes.
Rescate de raíces mesoamericanas
Tras su regreso a México, Siqueiros se sumergió de lleno en la tarea de reencontrar las señas de identidad de su amada tierra. Inspirado por el giro clasicista de figuras como Carrá, indagó con fervor en las huellas dejadas por las antiguas culturas mesoamericanas. Sus expediciones a lugares como Teotihuacán lo maravillaron, pues advirtió en esos prodigios arquitectónicos un alma prehispánica vigente.
Sin embargo, no se conformó con admirar ruinas milenarias. Investigó el legado material e inmaterial de pueblos que, a pesar de la invasión, supieron mantener sus mitos en la memoria colectiva. Así descubrió un universo simbólico y plástico en artesanías que antes pasaran desapercibidas. De igual modo, se deleitó con la sabiduría cíclica de los nahuas, que trascendía los dogmas caducos.
Esta curiosidad encendió en él un fervor arqueológico, al adentrarse cual aventurero en códices olvidados. Y si bien el afán academicista primaba en estudiosos de la época, Siqueiros halló tesoros espirituales en cada imagen pagana. Pronto se obsesionó con traducir su espíritu telúrico a formas que renacieran en su pincel. Todo ello motivó que comenzara a reinterpretar antiguos mitos, pues presentía en ellos metáforas vigentes sobre la identidad de un México mestizo.
A fuerza de inmersión, supo que un arte auténticamente mexicano debía revisar raíces arraigadas en el sustrato prehispánico. Empero, a diferencia de otros nacionalistas académicos, él ansIaba fusionarlas con influjos universales de su tiempo. Sólo así, su pintura cobraría vigencia entre el pueblo al que había dedicado su alma revolucionaria. De tal manera, fue conformando poco a poco su utopía de una estética popular, de trascendencia telúrica pero lenguaje innovador.
Conclusión
A lo largo de su trayectoria, Siqueiros supo combinar de forma virtuosa sus raíces con los vientos que soplaban más allá de las fronteras. No se contentó con rescatar renglones olvidados de pueblos precolombinos. Además, asimiló cuanto pudo de estéticas vanguardistas que cuestionaban el estatu quo.
Sin embargo, en su pintura late siempre un alma profundamente arraigada a su terruño. Desde joven soñó con encarnar la identidad de un México mestizo que mirase hacia adentro mientras dialogaba con lo foráneo. Así, forjó paulatinamente una utopía de arte popular de fuerza telúrica pero lenguaje universal.
A la postre, más que imitar modelos ajenos como propugnaban otros nacionalistas, se empeñó en hallar raíces ancestrales dotadas de nueva savia en su pincel. Sólo así logró que su obra cobrara sentido entre las mayorías olvidadas que tanto amó. De tal guisa, transformó sueños de redención política en visiones plásticas con alma eterna de renovación.
Su capacidad de síntesis entre lo ancestral y lo moderno maravilla hasta nuestros días. Nos recuerda que la identidad fluye al cruzar puentes entre lo propio y lo diverso, sin anclarse en nostalgias pretéritas ni abandonar la empatía hacia lo foráneo. Es así como naciones y culturas se enriquecen sin perder su esencia. Sin duda, esa apuesta por enlazar lo perene con lo renovador resulta más necesaria que nunca en un mundo globalizado en constante cambio.
Casi un siglo después de sus primeras obras, el magnetismo telúrico de Siqueiros persiste. Pues sus búsquedas siguen trascendiendo lo estrictamente pictórico para ofrecernos lentes desde donde entender mejor nuestras raíces en constante diálogo. Es así como este titán del arte público latinoamericano logró, contra todo pronóstico, reinventar el pasado y avizorar el futuro.
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